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Chimo Bayo, firmando libros en Barcelona en el pasado Sant Jordi. (EFE)

Escrito por ALBERTO OLMOS para El Confidencial

Hoy se celebra el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor, es Sant Jordi y además se entrega del premio Cervantes

Pues estamos buenos: además de lunes, es el Día Internacional del Libro. Eso significa que deben ustedes leerse un libro entero antes de las doce de la noche. Si fuera viernes, y el día de la cerveza, no habría problema. Pero es lunes, amigos; es el Día del Libro. Mala suerte. El 23 de abril es el Día del Libro porque ni Cervantes ni Shakespeare murieron el 23 de abril. Lo he comprobado en la Wikipedia, que ambos murieron sin calcularlo bien. Tenían que morir el 23 de abril para que pudiéramos celebrar la coincidencia con un día internacional cuatro siglos después, y se equivocaron. Murieron en contra de sus propias biografías Trivial Pursuit, que establecen su fallecimiento en la fecha correcta.

La buena noticia, en todo caso, es que en realidad el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor no va de leer libros, sino de comprarlos: no es el Día Internacional de la Lectura, es el Día Internacional de Comprar un Libro y Generar Derechos de Autor. Lo dice muy claro su propio nombre.

Hay mucha gente confundida con el Día del Libro. Por ejemplo, el padre de un amigo mío. Me contó mi amigo que su padre —a buen seguro un hombre estupendo, pero un tanto despistado— tenía una operación, hace años, un 24 de abril. Llamó a su hijo muy preocupado. Le confesó: “Tengo miedo. Me operan después del Día del Libro”. Mi amigo trató de consolarle: “¿Y qué? No pasa nada, papá.” El padre expuso sus recelos: “Es que habrán estado los médicos de fiesta y vendrán con resaca. A saber cómo me dejan”.

Quizás haya mucha más gente que cree que el Día del Libro es un día para emborracharse, leer, drogarse, subirse al capó de los coches y cantar serenatas. Y no, el Día del Libro es el día en el que compramos un libro —a ser posible para dárselo a otro— y nos acostamos pronto, no sea que haya que ponerse a leer.

Días mundiales

El Día del Libro parecía una gran cosa hace tiempo, cuando no sabíamos que todo el año es el Día de Algo. Si piensas que también hay un día de la bicicleta, otro del lupus y otro de las pymes, te das cuenta de que casi era mejor que el libro no tuviera día, sino un poquito más de hueco en nuestra cotidianidad.

Esta que iniciamos es una semana trágica, amigos. El lunes, Día del Libro; el martes, Día de la Meningitis; el miércoles, Día de la Fibrosis Quística; el jueves, Día del Paludismo, y el viernes, Día del Ruido. Saldremos vivos de tanto celebrar enfermedades, no se angustien.

¿Qué futuro tiene una civilización que celebra por igual, 24 horas justas, el libro y la retinosis pigmentaria?

Leer toda seguida la lista de días mundiales es como leer aquel catálogo de animales del emperador que incluía Borges en su relato ‘El idioma analítico de John Wilkins’. Un desastre. ¿Qué futuro tiene una civilización que celebra por igual, 24 horas justas, el libro y la retinosis pigmentaria? Un futuro muy jodido, ya se lo digo yo.

Cervantes

Otra cosa que pasa en esta jornada es que le dan un premio a un señor, el premio Cervantes. Un año se lo dan a un señor español y otro a un señor de Latinoamérica; y una vez por década se lo dan a una señora. Es curioso que sea más fácil repartir juego entre los escritores de España y los escritores —mucho más numerosos— de Latinoamérica que repartir juego entre los escritores y las escritoras, que más o menos son la misma cantidad y se merecen, por tanto, las mismas humillaciones.

A mí el premio Cervantes no me impresiona. Ni el premio Planeta. Ni el Oscar. Ni las estrellas Michelin. Fulano es premio Cervantes, dicen en el telediario, como si ya lo dijeran todo. ¿Y?, opongo yo desde mis 43 años descreídos. ¿Y qué?, remacho. El premio Cervantes no indica nada en términos de relevancia literaria. Escribir ‘Corazón tan blanco’, ‘Bartleby y compañía’ o ‘Rosas y bueyes dormían’, sí. El premio Cervantes solo indica que un hombre ha sujetado una copa en un salón lleno de hombres el tiempo suficiente como para que alguien haya tenido que llenársela otra vez. Eso indica el premio Cervantes.

Felicidades, Sergio Ramírez. Ya puedes dejar los salones e irte a escribir.

Cataluña

En Cataluña, al Día del Libro se le llama Sant Jordi. Yo estuve una vez, y era como el referéndum del 1 de octubre, pero con las papeletas más gordas. Si no compras un libro en Sant Jordi, no eres un buen catalán. Si no lo lees, no eres un buen europeo. Y si no lo ha editado un amigo tuyo, no eres nadie.

En Cataluña se concentra buena parte de la industria editorial de España y, quien más quien menos, todo el mundo conoce a alguien que publica o escribe libros, porque la literatura en Cataluña siempre fue un forma de apalancarse en lo burgués sin sentirse culpable.

Si no compras un libro en Sant Jordi, no eres buen catalán. Si no lo lees, no eres buen europeo. Y si no lo ha editado un amigo tuyo, no eres nadie

Por cierto, se venden tantos libros hoy entre unas cosas y otras que les voy a decir yo cuáles tienen que comprar: ‘Para morir iguales’ (Tusquets), de Rafael Reig, ‘Prins’ (Random House), de César Aira, ‘El don de la fiebre’ (Seix Barral), de Mario Cuenca Sandoval, y ‘Arre, arre, corrector’ / ‘El fill del corrector’ (H&O), de Adrià Pujol Cruells y Rubén Martín Giráldez.

Pero no se les ocurra leerlos. Regálenlos. Líbrense de ellos. Conserven el tique.

Salgan al balcón a las 11:59 de la noche con ese tique y griten: ¡feliz Día del Libro!